"Junto a la fuente, en la que un día juré, que jamás correría a abrazarte,
te vi fría con la mirada clavada sobre mí. Perdón. ¡Perdón, pero no pude
dar un paso a favor tuyo!. Tuve que huir, Dios quiera sepas entender."
Leída la última palabra, deslizando el dedo pulgar sobre la última letra;
ella soltó la carta que le pesaba como un año sin dormir. Mirada perdida,
respiro ausente, hombros caídos, domingos y lunes unidos; ella no podía
reconocer aquel escritor, que un día sus brazos le rodearon, el mismo que
un día escribió poemas sobre sus brazos erizados.
La atmósfera espesó sin detenerse, y una lagrima escapó de su voluntad antes fuerte.
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